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Slowly 故事

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Instalé Slowly a finales de 2018, siempre me encantó el concepto de esta aplicación, tan distinta a cualquier típica aplicación de mensajería instantánea para conocer gente en las que la conversación más profunda que puedes tener es un: Hola qué tal qué haces de dónde eres qué te gusta hacer… Antes de que la conversación muera y pases al siguiente usuario. Descubrir Slowly fue toda una suerte. El simple hecho de que las cartas tarden en llegar hace que pienses mucho mejor en lo que quieres contar, que no vayan y vengan mensajes vacíos de contenido con el único propósito de alargar una conversación que de por sí ya está vacía. Conocí a gente muy interesante de distintos países, su cultura, su vida. Conocí a algunas personas que se volvieron muy importantes para mí, aunque al final acabé dejando de hablar con casi todo el mundo.

Pero lo que de verdad vengo a contar es aquella carta que me llegó en enero de 2019 de un chico de mi país, él vivía en Sevilla, yo en un pueblo de Madrid. Intercambiamos unas cuantas cartas, pero poco después dejó de escribirme. Tampoco llegamos a conocernos mucho, pero me gustó hablar con él, me sentía cómoda contándole mis cosas. Así que guardaba un bonito recuerdo de las poquitas cartas que intercambié con él, aunque sabía que no volveríamos a hablar. Mi sorpresa fue cuando en enero de 2020 justo un año después de su primera carta, el mismo día justo un año después, me llegó una carta de este chico. Él me explicó que había dejado Slowly apartado, estaba terminando la carrera ese año, su vida había cambiado bastante en este tiempo, y ahora estaba contestando las cartas que le quedaron pendientes. Entre todos estos cambios que había dado su vida, me contó que se había mudado a Madrid, había empezado a trabajar aquí, y hablando me di cuenta de que se había mudado bastante cerca de donde yo vivía, y en la misma línea de Metro. Retomamos nuestras cartas y fuimos cogiendo mucha confianza, era genial hablar con él, me entendía como poca gente lo hace. Además, ahora que vivíamos cerca las cartas tardaban apenas media hora en llegar, así que iban y venían de forma continua. Poco tiempo, pero muchas cartas después, empezamos a seguirnos en redes sociales y aprovechando que vivíamos en la misma línea de Metro y que cogíamos el tren a horas parecidas, decidimos vernos allí y hacer el trayecto juntos. Debido a malentendidos y que por aquel entonces no había Internet en nuestra línea de Metro, acabamos viajando en el mismo tren, pero él en el último vagón y yo en el primero. Pero ese mismo día, a la vuelta a casa, conseguimos coincidir y conocernos en persona. Coger el Metro juntos de vuelta a casa empezó a ser costumbre y la media hora que compartíamos en el tren cada día se convirtió en uno de los mejores momentos del día. Inevitablemente, acabamos enamorándonos el uno del otro. Fue todo muy rápido en el tiempo, pero después de tantas cartas parecía tan largo todo. Y realmente comprendí que me había enamorado de él mucho antes de verle por primera vez, que me había enamorado de sus cartas, de su forma de escribir, de su forma de escucharme, de entenderme, de lo feliz que era cuando llegaba una carta suya. Y por eso tampoco hizo falta mucho más para que acabara sucediendo. Llevamos 10 meses de novios, hemos pasado meses separados por el confinamiento pero eso solo nos ha unido aún más. Soy muy feliz. Y es que la forma en la que nos conocimos y todas estas cartas no han hecho más que unirnos de una forma muy especial y que todo este amor sea tan bueno, puro y verdadero. Así que solo puedo dar las gracias a Slowly por haberme presentado a gente tan maravillosa y, sobre todo, por haberme dado al que puedo decir que es el amor de mi vida.

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